Octubre de 2015. El mes y el año esperados por muchos. Parece como
si fuera el 31 de diciembre de 1999, para ver si en el primer día del cambio de
milenio fuera a explotar el mundo.
Las elecciones presidenciales son el horizonte y el
fin de ciclo para muchos. Luego de los resultados de las PASO, muchos medios y
dirigentes políticos se apresuraron a vaticinar el final del kirchnerismo, que
tendría su golpe de gracia en las próximas elecciones presidenciales.
Ya sin el miedo latente de la re-reelección, los
partidos opositores tienen que salir a la cancha a ganarse los votos del
electorado. Gran problema: Nos encontramos con que carecen de objetivos
concretos para poder solucionar aquellos aspectos que más han criticado sobre
el gobierno nacional.
Como figura fuerte de la oposición aparece Massa. El intendente de Tigre cuenta con un amplio apoyo del grupo Clarín y de los medios conservadores de la Argentina. El asunto es que pareciera que no tiene, ni nunca va a tener, el carisma que evidentemente necesita un político para perdurar en el cargo presidencial en éste país. Con ideas tan generales como la ley de gravedad, el candidato cuenta con un gran apoyo de aquellos sectores intransigentes que no se deciden ni por el cuadro oficialista ni por la oposición recalcitrante representada por De Narváez.
La UCR, el otro partido histórico argentino si
dejamos de lado al PJ, no encuentra un líder que pueda dirigir a sus militantes
tal como en algún momento lo hicieron Alem, Hipólito Yrigoyen o Raúl Alfonsín.
En la sombra de éste último aparece Ricardo, siempre tapado por la figura de su
padre y sin poder unificar a un partido que se encuentra agrietado y envejecido
entre las figuras de Gil Lavedra y Terragno - ambos representantes del
conglomerado UNEN en las pasadas elecciones -.
Por lo tanto, la solución aparente a éste conflicto
de representación se vislumbra dentro del cuadro kirchnerista. Ahí es donde el
oficialismo debe buscar al sucesor que pueda rescatar aunque sea un poco del
personalismo y el carisma político que tiene Cristina Fernández. La figura
presidencial en nuestro país siempre fue muy fuerte en comparación con los
otros dos poderes que deberían supervisarlo y regularlo.
El dilema surge, entonces, a la hora de elegir al
encargado de poder llevar adelante la empresa de continuar con el proyecto de
país que hasta el momento se vino buscando. La carta más fuerte es,
evidentemente, Daniel Scioli. El gobernador de la provincia de Buenos Aires
cuenta con una imagen muy positiva por fuera del oficialismo, ya que se lo ve
como alguien más moderad, que puede llegar a tener la suficiente espalda como
para poder transitar su propio camino en la política. El temor al
desplazamiento aparece aquí, y también involucra a todos aquellas agrupaciones
juveniles tales como La Cámpora que fueron apropiándose de sectores cada vez
más importantes dentro del órgano público.
Aquí es donde la presidenta deberá tomar una decisión. Encontrar y fogonear a una figura dentro de su propio círculo de confianza o decir "muchachos hasta acá llegaron mis responsabilidades, ahora les toca a ustedes". El segundo caso, esperado por la gran mayoría de la oposición, dejaría un claro empate hegemónico con un país sin una fuerza mayoritaria reclamando y sosteniendo para sí el primer lugar político; espacio que hoy en día ningún grupo de la oposición que espera el final del kirchnerismo puede, ni quiere, con total seguridad, reclamar para sí.
Aquí es donde la presidenta deberá tomar una decisión. Encontrar y fogonear a una figura dentro de su propio círculo de confianza o decir "muchachos hasta acá llegaron mis responsabilidades, ahora les toca a ustedes". El segundo caso, esperado por la gran mayoría de la oposición, dejaría un claro empate hegemónico con un país sin una fuerza mayoritaria reclamando y sosteniendo para sí el primer lugar político; espacio que hoy en día ningún grupo de la oposición que espera el final del kirchnerismo puede, ni quiere, con total seguridad, reclamar para sí.