miércoles, 18 de septiembre de 2013

Sonrisas Compartidas

¿No sería mejor que nuestros doctores utilizaran un estetosflorio a un estetoscopio, un buenetín a un maletín y una jeringaraca a una vacuna común y corriente? Estos son algunos de los elementos utilizados por los payamédicos del Hospital Ramos Mejía para curar con risas a sus pacientes. Sólo que para ellos no son únicamente pacientes sino “producientes”, ya que todas las técnicas que usan son en base a lo que proponen los participantes en cada situación en particular. 


Uno a uno comienzan a aparecer: primero, asustando quien aquí les escribe desde detrás de las puertas de la sala de pediatría, el Doctor Plácido Aminoácido. Luego, cantando y bailando, hacen su entrada las Doctoras Nina Danzarina, Clementina Espirulina, Diana Ruleriana, Coralina Fluorina, Felicitas Clorofila, Justo Justina, Fernanda Demanda Espontánea, Monique Meñique, Fucsina y por último, Muela Lentejuela. Ya terminan su día de voluntariado en el hospital y se reúnen para poner en común todo lo que les sucedió en aquella jornada. Mientras tanto, cinco chicos de entre seis y ocho años corren a los payamédicos por todo el jardín del Ramos Mejía.

Por un lado paredes grises y verdosas, despintadas y agrietadas por el paso de la humedad; pasillos silenciosos; personas tristes que descargan su mirada cansina en algún rincón alejado de la realidad que los agobia y entristece; batas blancas apuradas que pasean por las diferentes alas del hospital, sorteando a todo aquel que no sea su paciente inmediato. Por el otro, risas, gritos y asombro; historias y fantasías que hacen soñar a todo aquel que se lo proponga; colores, brillos, pinturas y pelucas, que nos recuerdan que los payasos también están ahí, y no sólo en los circos rodeados de leones y de equilibristas.

“El reír y estar de buen ánimo hace subir las defensas, generar endorfinas y que el produciente se sienta mejor”, cuenta Mariela Felice, estudiante de Psicología de 27 años. En su voluntariado, encarna a la Doctora Coralina Fluorina, una carismática y expresiva payamédica.

Es común que pensemos que los principales beneficiarios de ésta actividad deseante sean los producientes, pero los voluntarios que todos los viernes están alegrando los rincones del Ramos Mejía reciben tanto como todo lo que dan. “Coralina me protege de ciertas cosas que no toleraría. Es mi rinconcito. Yo se que a pesar de haber tenido una semana pésima, desde el momento en el que devengo en payamédica todo lo malo desaparece”, explica Mariela. Agrega que, al término de su jornada, todo es energías positivas que se generan por el momento único e irrepetible que comparten con cada uno de sus producientes.

Su trabajo se compone de cuatro tiempos diferentes. El primero es llamado pase clínico y consiste en pedir al médico información sobre el estado físico y emocional del paciente. También aquí es cuando los voluntarios se cambian, entran en clima con el personaje y devienen en payamédicos.

El segundo tiempo se trata de la intervención, momento en el que los payamédicos se ponen en acción y se encuentran con sus producientes. Cada una de ellas dura aproximadamente cuarenta minutos.

Luego, se realiza el balance de la jornada, en el que cada uno comparte las experiencias que vivió durante el día de voluntariado.
Por último, el cuarto tiempo, que consta de sesiones individuales con un payágrafo, una especie de psicólogo con el que se habla de las intervenciones y de los momentos difíciles por los que atraviesan los payamédicos en ellas.

“Es un espacio muy terapéutico para mi, ya que todo lo que creamos es con el produciente, no algo preestablecido, entonces nos ayuda a los dos”, cuenta Juan Ignacio Larrosa, maestro y único payamédico varón del grupo. Después, agrega: “Además, me voy dando cuenta de que muchas veces, en otros ámbitos, me sale el paya de adentro, y veo que es algo que de a poco está siendo transversal en distintas facetas de mi vida”.

El voluntariado no se rige por los resultados típicos de sanar o enfermar. Es más, son palabras que no forman parte del lenguaje de los payamédicos. Para ellos, el momento que vale es el que transcurre en cada intervención, que siempre los encuentra en su máximo momento de creatividad y alegría compartida con todo aquel que quiera formar parte de aquel mundo fantástico que imaginan.

“En nuestro caso somos un otro totalmente desinteresado que se acerca para compartir un rato de su vida, apelando a la predisposición e imaginación del que está hospitalizado”, concluye Juan Ignacio. Mientras tanto, se termina de poner su peluca color flúor y su nariz roja. Las voces de los chicos de la sala de pediatría del Ramos Mejía se escuchan ansiosas desde detrás de las puertas corredizas. Es un hecho: los payamédicos ya llegaron.

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